Los avances tecnológicos hacen que la conducción sea cada vez más fácil y cómoda, pero la mala utilización de algunos de los aparatos electrónicos que cada vez tenemos de manera más accesible pueden no estar exentos de riesgos.
Hoy en día cada vez son menos los conductores que no disponen de un navegador GPS, ya sea integrado en el salpicadero del coche o a través de una aplicación de su teléfono móvil. Como con cualquier otro aparato que pueda distraer nuestra atención, hay que tener mucho cuidado y, en primer lugar, no deberemos manipularlo mientras estamos circulando.
Por muy fácil que nos pueda parecer, si desviamos aunque tan solo sea unas décimas de segundo nuestra atención de la carretera nos podríamos ver afectados por un cambio en las circunstancias de la vía al que deberíamos reaccionar, y si estamos despistados no lo haremos.
A causa de la distracción, tardamos más tiempo del normal en reaccionar ante cualquier incidencia, y si además en ese momento estamos, por ejemplo, introduciendo una dirección en el navegador, tardaremos más tiempo en ejecutar la maniobra de emergencia.
Fiarse demasiado del GPS puede costar caro. Los navegadores pueden ser una herramienta muy útil para llegar al destino fijado, pero los expertos advierten de que no debe olvidarse que se trata de una máquina que nunca puede sustituir del todo al factor humano.
Un segundo aspecto es el “creer de forma fiel” las indicaciones del navegador. No tiene por qué cometer errores graves, pero tampoco nos tenemos que fiar al cien por cien de las direcciones que nos vaya indicando la voz del GPS. Para empezar porque el tráfico dinámico, las circunstancias pueden cambiar de forma muy rápida. Una municipalidad o el COSEVI, por ejemplo, puede cambiar el sentido de circulación de una vía. Una obra puede acarrear un desvío imprevisto, y un accidente puede hacer que una determinada carretera se cierre al tráfico.
El GPS (sistema de posicionamiento global, más conocido por sus siglas en inglés) es un dispositivo capaz de calibrar la latitud y la longitud, de forma parecida a como hacían los antiguos navegantes con las estrellas. El GPS se ubica gracias a la señal que envían cuatro satélites en órbita alrededor de la Tierra. De esta forma triangula su posición con respecto a cada uno.
Además de este sistema, de factura estadounidense y que cuenta con 36 satélites, actualmente existen otros dos, el ruso Glonass, con 24 satélites, y el sistema europeo Galileo, puesto en marcha en el año 2005 y que ya dispone de 30 satélites. Sin embargo, los navegadores no son infalibles y las bases de datos en las que se basan los dispositivos para ofrecer los mapas y calcular las rutas necesitan actualizarse.
Por eso, por mucho que el navegador nos indique que se debemos girar a la izquierda, eso no significa necesariamente que sea posible girar a la izquierda. Incluso un fallo en el sistema de recepción de señal GPS puede hacer que la carretera nos lleve directamente al cauce de un río, como ya ha sucedido en alguna ocasión. La responsabilidad es siempre del conductor, ya que el GPS nos puede dar una indicación, pero es la persona que va al volante la que tiene que estar atenta a las señales y al entorno.
Nos tenemos que responsabilizar nosotros mismos tanto de la conducción como de la programación del GPS. Para hacerlo de forma responsable y sin comprometer nuestra seguridad ni la de otros vehículos o peatones que circula por la vía, lo mejor es programar el trayecto antes de ponernos en marcha, o bien delegar y permitir que el copiloto se encargue de esta tarea.
La manipulación del GPS durante la conducción es un factor importante de riesgo esto se debe a que mientras manipulan el dispositivo, los conductores se distraen y aumenta la probabilidad de perder el control de su vehículo y provocar choques con otros vehículos o con distintos elementos de la carretera.
Los conductores consideran el GPS como una fuente de distracción, sobre todo en el momento en que el dispositivo da una instrucción de voz, ya que a veces son contradictorias (calles o carreteras cortadas por obras), están desactualizadas o se reciben muy cercanas al lugar donde hay que actuar, lo que genera precipitación y dudas. Sin embargo, también admiten que les resulta de gran utilidad, especialmente cuando se desconocen los itinerarios o las carreteras.
El GPS DEL CEREBRO
¿El cerebro paga un precio por utilizar el GPS? No faltan quienes auguran que esta moderna “brújula” restará destrezas para construir “mapas mentales” con origen, destino y ruta a seguir en los viajes. O para leer un mapa. Las nuevas tecnologías siempre despiertan recelos. Antes de la brújula, pocos marinos, aparte de los fenicios, se atrevían a navegar lejos de la costa por temor a perderse. En su hipocampo, el “GPS” del cerebro, memorizaban hitos terrestres para conocer su posición exacta. Sin embargo, a la aguja imantada le debemos viajes como los de Colón, Vasco de Gama o Elcano. Puede que el cerebro perdiera aquellas “viejas” destrezas, pero adquirió otras nuevas surcando mares. El GPS ayuda a viajar con menos dudas. Eso sí, supervisado por nuestro cerebro en constante adaptación.